lunes, 11 de agosto de 2008

La Tierra es como el hombre, y un día será quemada

El otro día cayó en mis manos un artículo que un periodista profesional escribió sobre el Burning Man (para nosotros, "er Búnninng") y que salió publicado en el pseudodiario El Mundo. Aquí lo reproduzco para vuestro interés:

Llegamos a una ciudad imaginaria que no existe en los mapas.
El único punto de referencia son las tormentas de polvo, fruto de la estampida
colectiva de 50.000 almas, desfilando a todas las horas en bicicleta o en
alucinógenos carromatos, por calles de arena abiertas como un prodigioso abanico
y proyectadas hacia el horizonte infinito.
El espejismo dura
una semana, la última de agosto, pero el espíritu de Black Rock City y el olor a
arcilla blanca perduran meses. Bienvenidos a Burning Man: la Tierra es como el
hombre, y un día será quemada...


Al aquelarre utópico y artístico en el desierto de Nevada se llega
siguiendo una caravana que tiene algo de romería libertaria. Los prejuicios se
cuelgan en la entrada: entre los 'burners' existe una delirante camaradería que
va creciendo día tras día, hasta llegar a esa rebosante sensación de libertad en
medio de la nada.
El poblado nómada se rige por 10 principios que van de la
«inclusión radical» a la «autoexpresión», pasando por el «esfuerzo comunitario»
y la conciencia ambiental. El Hombre Verde arderá en la traca final, pero en
unas semanas no quedará ni rastro de lo que fue la ciudad.

El impacto total será de 34.000 toneladas de dióxido de carbono, aunque
gracias al proyecto Coolingman se compensarán gran parte de las emisiones. Los
paneles del Black Rock Solar se triplicarán y el programa Yellow Bike se
asegurará de que nadie se quede sin bici (ni siquiera las amazonas que se
apunten al 'critical tits' y quieran exhibir sin pudor sus pechos en dos
ruedas). Los únicos vehículos a motor que podrán circular por la playa serán lo
que logren la distinción de mutantes.

Pedaleando a lomos de un gigantesco pez de aluminio, Duane Flatmo se
pasea a última hora de la tarde por el secarral. Flatmo es posiblemente el más
celebrado autor de esculturas cinéticas del noroeste americano, «todas ellas de
tracción humana y emisiones cero». El pez se lo ha fabricado en dos años,
fundiendo baterías de cocina y exprimiendo como nunca la imaginación.

En Burning Man podremos subirnos también a un gigantesco triciclo
solar, o ascender a una torre petrolífera para contemplar «El crudo despertar»
de la especie humana, o meternos en los intestinos de dos camiones retorcidos,
clavados como un oxidado interrogante en mitad del desierto ('Big Rig Jig', de
Michael Ross).
El arte y el arco iris ponen el telón de fondo, pero lo que
importa es participar, sumarse al rito iniciático y colgar los hábitos de la
civilización durante unos días, con los torsos al desnudo y sin dólares en el
bolsillo. Tan sólo el café y el hielo se pueden comprar; la moneda corriente en
Black Rock City es la generosidad y el trueque.

Monique Brown, bailarina y profesora de yoga, vino de California en un
autobús 'hippie'. Sus padres estuvieron en Woodstock «pero se acomodaron hace
tiempo». Se apuntó por segunda vez a Burning Man «para quitarle el polvo a eso
que llamamos vida normal y descubrir que hay otras posibilidades».
Burning Man es ante todo un bazar humano, en el que uno puede encontrarse arlequines en
bicicleta como Frankie Marcuso, fabricante de tambores. O predicadores
ecológicos al estilo de Tian Harter, que aborda a los paseantes con
minidiscursos de dos minutos, llevando a rajatabla las prédicas de Gandhi: «Tú
debes ser el cambio que quieres ver en el mundo... Convéncete a ti mismo de que
puedes prescindir del coche».
En el mirador de Sustainable Village, uno de
los campamentos temáticos , nos encontramos con Jean Luc Bango, ocupante del bus
que funciona con aceite vegetal. «Nunca había asistido a una fiesta tan masiva
como ésta», asegura tambaleándose a plena luz del sol.

Ahí le duele al Burning Man: muchos de los pioneros han desertado
porque aquello se parece cada vez más a una interminable fiesta 'rave', con el
retumbar incesante de la música 'techno' y poco espacio para todo lo demás. Hay
quienes critican al fundador Larry Harvey por haber permitido que la llamada del
desierto, emblema de la otra América durante casi dos décadas, se convierta en
una contrautopía comercial que mueve al año 10 millones de dólares.

De ahí el interés por ponerle sustancia a la traca final, que en la
última cita se llamó el Hombre Verde y en la próxima afronta el reto de
reinventar a estas alturas el Sueño Americano.


Emocionante artículo, ¿verdad? Estamos un poco parados estas últimas semanas en cuanto a organización se refiere. ¿Serán los nervios? ¿Será que vemos que esto está aquí mismo? ¿O será que, como españoles de pro, lo dejamos todo para el último momento y esperamos a comprarlo todo en algún Wal-Mart que esté en All the way to Reno?

Como mínimo tendríamos que prever qué le vamos a ofrecer a La Comunidad (cómo me mola este rollo sectario). Una performance taurina con sus capotes, sus monteras y sus banderillas creo tendría su gracia... para nosotros. Como nos viera algún ultraecologista nos iban a caer hostias como panes. Yo propongo hacer el regalo "boomerang": ofrecer algo de lo que tú también te aproveches. Es decir, hacer cubos de sangria, a dolor. Es típico español, está bueno, es fácil y nos aseguramos que tenemos una arma de emborrachamiento masivo para bajar las defensas de las burners. Además, no molaría llegar a decir eso de: "te cambio un pollo por 2 litros de sangría"?

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